lunes, 30 de mayo de 2011

La épica de un país

Decía Borges que el western, como género cinematográfico, era la épica del siglo XX. Uno de mis directores favoritos desde siempre ha sido John Ford, creador, entre otras, de películas como Las uvas de la ira, La diligencia, Qué verde era mi valle, Centauros del desierto, El hombre tranquilo... Escribo cinco pero saldrían al menos diez obras claves dirigidas por Ford y otros buen lote de buenas películas. Mediante todas ellas construyó un universo propio, sólido, personal, dotado de imágenes de gran belleza y lirismo con una especial preocupación por el ser humano, un ser humano en muchas ocasiones al que el tiempo vence y deja atrás aunque sus convicciones sigan siendo válidas y su desaparición sea necesaria

Uno de los aspectos que no hemos tratado demasiado en narrativa digital sería la (re)apropiación de la obra u obras de otros autores para reflexionar con ellas sobre aspectos que no aparecen en las primeras lecturas (lineales, puntuales y más clásicas) y que sólo se advierten al mirar de otra manera todas las películas de un mismo creador.

Lo siguiente que presento es un ejercicio de (re)construcción que había realizado para otro blog que poseo en el que utilizo cuatro secuencias de tres películas diferentes de John Ford hechas con más de 25 años de diferencia desde la primera hasta la última (La diligencia, Centauros del desierto y El hombre que mató a Liberty Valance), donde se puede entender la construcción de un mito en la cinematografía de Ford, un personaje que trasciende los argumentos puntuales de cada una de las películas y que sobrevuela no sólo el su propio cine, sino también la propia épica que sustenta la construcción de EEUU

El nacimiento del héroe. El origen del mito.


El héroe se torna complejo. El mito muestra su lado oscuro, afloran sus contradicciones


El héroe se queda solo. El mito estorba, impide el progreso sin sensación de culpa, sin responsabilidad.


La muerte del héroe. El mito revive en la memoria. Se hace imprimir la leyenda.

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